
Pero a partir del siglo XVIII, aparecieron tres nuevos imperios europeos (Alemania, recién unificada; Bélgica, independizada de los Países Bajos; e Italia que, al igual que Alemania, se reunificó) y dos que no eran del Viejo Continente (los Estados Unidos y Japón).
Esos grandes imperios supieron pronto que, con la industrialización, necesitaban materias primas y mercados para vender sus productos, además de ser un buen lugar donde invertir dinero.
¿Dónde podían hacer eso? En las colonias, por supuesto. Pronto miraron hacia los suculentos territorios inexplorados de África, con su marfil, su caucho, sus diamantes, sus gentes que se podrían utilizar como esclavos... además de que daban prestigio y podían servir para controlar rutas marítimas.
Pero claro, controlar y esclavizar pueblos no podía quedar muy bien en una Europa donde ya existía la opinión pública gracias a la prensa escrita. Entonces, apareció la excusa perfecta: el darwinismo social.
La teoría de la evolución fue malinterpretada, debido a los nulos conocimientos de genética que la complementaban, lo que hizo que apareciese un deseo paternalista de darle conocimentos a los pueblos más "atrasados" que, por definición, eran los africanos. Además, gente muy famosa, como el premio Nobel de Literatura y autor de la famosa novela Rudyard Kiplig El libro de la selva, que defendió el colonianismo.
El colonianismo y el imperialismo estubo en auje hasta bien entrado el sigo XX y la última colonia, Timor Oriental, se independizó de Indonesia y de Portugal en el año 2002.
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